Seamos liberales con el gusto, y no molestemos a los demás (ni dejemos que nos moleste nadie): el gusto es el gusto, libre, puro, inocente, a cada uno le gusta lo que le gusta y no hay mucho más por decir. Lo que se abre a partir del gusto es un camino personal de disfrute y crecimiento. El juicio estético que se pretende universal traba esta dimensión primordial personal de la relación con la belleza. Asumamos una completa y total libertad de gustos.

A lo largo de los años el gusto personal va cambiando. No se trata de posiciones racionales o ideológicas las que se expresan en él, no son siquiera posiciones. El gusto es una fatalidad, no hay mentira posible en relación con él, e intentarla es lo más absurdo que pueda intentarse: mentirse a sí mismo?

El gusto es el punto de partida de un camino de búsqueda de más gusto, de disfrute, que lleva por lugares impensados. No solo descubrimos el mundo al recorrerlo, hasta llegamos a veces a gustar de algo (o de alguien, ha pasado) que detestábamos. Tampoco debe prescribirse la búsqueda de cambio o variedad, eso surge, si surge, en la legitimidad del camino propio.

El gusto es la expresión de una verdad personal fundamental para la experiencia de vivir. Comprometerse con él, es decir, reconocerlo, seguirle la pista, darle entrada, hacerle espacio, es una variable fundamental de la salud y del desarrollo personal.